23.9.08

Quijote

yo no podre afirmar si la dulce mi enemiga gusta,
o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir,
respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide,
que su nombre es dulcinea; su partia, el Toboso, un lugar
de la mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa,
pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana,
pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los
imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas
dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos
elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus
mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su
cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura
nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad
son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la
discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.
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